No ha sido la primera vez que participo en la recuperación de la iglesia del Carmen. En 2005 se restauró la fachada de la iglesia. El arquitecto director de la intervención, Alberto Fernández Machuca, me pidió que colaborara en la redacción del proyecto de restauración, especialmente en lo que se refería al tratamiento de piedras y mármoles de la portada.
Lo más comprometido, pero indiscutible por mi parte, fue decidir la retirada de las capas de pintura negra que “maquillaban” toda la portada. Los mármoles negros utilizados en la decoración de la piedra caliza van perdiendo el pulimento original y se van volviendo grises. Posiblemente con la intención de refrescar este gris y devolverlo al negro, se aplicaron en su momento ceras y aceites que con el tiempo pasarían a pinturas industriales. El artista de turno, una vez en el andamio, pondría de su cosecha y acabaron pintados de negro muchos relieves y salientes que en origen eran solo blanca caliza, incluso el pelo y cejas de la Virgen participaron de este derroche de imaginación. Con la retirada de la pintura se recuperaron también los jaspes del escudo carmelita y el pan de oro de la oración que aparece en el dintel.
Si bien la portada puede que haya perdido esa fuerza de los contrastes, hay que decir que el resultado final es más fiel al proyecto que el maestro Zabala ideó y materializó para el disfrute de muchas generaciones que seguimos contemplando admirados este retablo en piedra.
RESTAURACIÓN DEL ZÓCALO DEL PRESBITERIO. IGLESIA DEL CARMEN.
En octubre de 2013 se reabrió al culto la Iglesia del Carmen después de meses de trabajos de restauración. La intervención integral llevada a cabo ha devuelto el esplendor y sobre todo la estabilidad a un templo fundamental en el patrimonio estepeño.
Cuando se interviene en un edificio y se desviste de todas sus pieles: morteros, retablos, mármoles,…el edificio se muestra desnudo y nos enseña sin pudor todas sus heridas para que sean curadas. Es la oportunidad de ver en su interior todas las cicatrices que nos hablan de su historia, de su proceso constructivo, del edificio primigenio, de donde hubo o no hubo una puerta, una ventana, una capilla, un retablo….lamentablemente la iglesia del Carmen se nos ha desnudado sin que se haya leído en sus muros toda la historia que nos podría haber contado.
Hay que entender que la lectura arqueológica de los paramentos de un edificio es un libro abierto donde leer el origen no solo de su historia sino de los problemas que hoy queremos solucionar viendo solo el exterior, cuando en la mayoría de los casos, el problema viene desde dentro.
El zócalo.
El zócalo del Carmen está formado por aplacados de mármol rojo de Cabra (caliza nodulosa, arriñonada, rica en fósiles incrustados como los anmonites y de fácil pulimento) fue descubierta a principios del siglo XVII y su explotación a gran escala sirvió de reclamo para instalarse en Cabra numerosos canteros entre los que se encontraban sin duda los canteros que trabajaron para Estepa zócalos, púlpitos y columnas para toda nuestra arquitectura de los siglos XVII y XVIII. Estos aplacados se enmarcan con plintos, cornisas y pilastras en piedra negra de Córdoba.
En la zona del presbiterio, los aplacados rojos están retallados con formas geométricas que enmarcan medallones y cabezas de querubines en alabastro blanco. El alabastro blanco es un material cristalino (sulfato de calcio hidratado) de color blanquecino translúcido. Las principales reservas de alabastro se encuentran en España a lo largo de la ribera del río Ebro, situado entre la localidad zaragozana de Fuentes de Ebro y la turolense Albalate del Arzobispo. De confirmarse el origen de las piezas estepeñas, tendríamos un dato de cómo los artistas recorrían la península en busca de los materiales más ricos para sus creaciones.
El estado de conservación del zócalo era absolutamente lamentable. Uno de los grandes problemas de la iglesia es la humedad del subsuelo. La colocación de un zócalo está justificada, en muchos casos, para evitar o más bien disimular los problemas que ocasiona la humedad por capilaridad en los muros y morteros de los edificios. La cuestión en el Carmen, es que cuando la humedad es excesiva acaba deteriorando también el mármol del zócalo. Las sales solubles del agua migran a los materiales superficiales cristalizando y aumentando de volumen. Esto supone una presión en los componentes del mármol, que en el caso del mármol rojo de Córdoba, que es un conglomerado de materiales, deteriora las uniones de estos granos con la consiguiente separación de los mismos, las fisuras,…Si a esto sumamos el aumento de grosor de los morteros de sujeción donde los granos de cal se hidratan aumentando el volumen del mortero y por consiguiente el empuje hacia fuera del zócalo…entramos en una espiral que acaba en el derrumbe de zócalos, morteros, muros y edificios.
En el Carmen, estas patologías se multiplican porque al querer detener estos empujes del muro, con buena intención supongo, se intentaron “sujetar” los mármoles con morteros de yeso, cemento, ladrillos,….materiales muy cargados de sales que no han hecho más que incrementar el problema.
Los aplacados que se movieron en bloque, como una sola pieza, sin abolsamientos, son los que mejor se han conservado. Cuando la tensión del empuje ha sido mayor en puntos concretos, se ha producido una deformación del plano y la disgregación del material, con lo que la recuperación en algunos casos ha sido imposible.
La única solución posible para conservar el conjunto marmóreo era desmontar todo el zócalo. Para ello se ideó un sistema que nos permitió arrancar cada pieza de forma individual de manera que como un gran puzzle pudimos recuperarlas para ser restauradas.
Se retiraron en primer lugar las cornisas en mármol negro, luego los zócalos rojos, y por último las piezas negras del plinto.
Creo que ha sido una de las intervenciones más comprometidas en las que he trabajado. La mayoría de las piezas de zócalo estaban con un nivel de deterioro que hacía casi imposible su recuperación.
El mármol negro de las cornisas, plintos y pilastras, es un material mucho más duro que el rojo y aunque aparece fragmentado en muchas piezas, sus partículas están mucho más cohesionadas. Las fracturas son limpias y su pegado y recuperación mucho más sencilla.
También las piezas de mármol negro se repintaron como las de la fachada. Además de los aceites que se han utilizado tradicionalmente para "refrescar" los mármoles, se retiraron capas de pintura negra en casi todas las piezas.
Una vez arrancado los zócalos, se procedió a eliminar todos los morteros del reverso hasta dejar visto el mármol.
Lo que nos encontramos fue unas piezas de mármol muy fragmentadas, disgregadas y con mucho material perdido o irrecuperable.
A partir de aquí; adhesivos, morteros y grandes dosis de paciencia. Se reconstruyeron con morteros de cal todos los volúmenes perdidos antes de dar la vuelta para limpiar los anversos.
Una vez fraguados los morteros, se procedió a voltear para poder limpiar las superficies. Todas las piezas presentaban gran cantidad de suciedad, polvo, grasas o aceites, barnices….que enmascaraban los verdaderos tonos del mármol. Esta limpieza se ha hecho más evidente en los medallones y angelotes de alabastro blanco.
El proceso de sellado y recuperación de volúmenes que se hizo en el reverso se volvió a hacer por el anverso una vez retirada toda la suciedad superficial.
Para la colocación de las piezas, una vez restauradas, en el muro se utilizaron anclajes de acero inoxidable para garantizar que la oxidación del metal no deteriorara de nuevo el mármol. Antes de esta operación se consolidó el muro con morteros especiales para el drenaje de la humedad acumulada. En el reverso de los aplacados se coloco también unas láminas de policarbonato para aislar aun más el zócalo del muro.
Para la recolocación del zócalo se procedió a alinear primero la linea de plintos, esta vez separada del muro para mantener una cámara de aire que evite los problemas de transmisión de humedad.
Sobre el plinto ya consolidado, se colocó el zócalo, pilastras y cornisas. Una labor paciente porque había que esperar que fraguaran los morteros para asegurarnos de que las piezas no se movieran.
Una vez colocado todo el zócalo, quedaba pendiente la reproducción del medallón que faltaba y de las cabezas de angelitos. Se desmontaron todas las piezas de alabastro para su limpieza y restauración en el taller. Se retiraron capas de barnices y aceites que por fin nos dejaron ver el alabastro original.
A partir de los mejores originales conservados, se realizaron moldes de silicona para después reproducir en poliéster las nuevas figuras con carga de áridos calizos que asemejaran en lo posible al alabastro original.
Para el medallón que faltaba en el lado de la epístola, se modeló en barro un original al que se le sacó después un molde de escayola. La copia se realizó también en resina de poliéster y caliza. Como no se tenía información del medallón que faltaba (que por cierto no debió de desaparecer hace mucho tiempo a juzgar por lo limpio que estaba el hueco dejado, supongo que estará en la casa de alguien) se decidió incluir la imagen de un pájaro como elemento diferenciador y reconocible como añadido en la restauración.
Con la colocación de estos últimos elementos el zócalo quedó montado. Se garantiza así la permanencia de casi la totalidad de las piezas originales.
Agradecer desde aquí la confianza puesta en nuestro equiepo a Ginés González, párroco de San Sebastián, Alberto Fernández y Francisco Sánchez, directores del proyecto. También al equipo de albañiles que nos prestaron muchas horas de ayuda.
Con permiso del autor voy a aprovechar este espacio para incluir en estas lineas unos versos con los que nos reímos en los últimos días de intervención en la iglesia. Sirvan como agradecimiento y simpático recuerdo del trabajo realizado en el Carmen.
" La iglesia del Carmen
es una iglesia de gran valor,
la está haciendo el feo Patules,
Diego y Manolillo que es el mejor.
La esta restaurando Eusebio
y la Ángela sentada en un tambor.
Miguel es el perito
y Jaime el veor,
Manolín en la hormigonera
y Jesús mirando el reloj"
Manolín el Negro. 9 de Noviembre de 2012
Un especial agradecimiento a M. Ángeles Muñoz Pérez, que con paciencia infinita con el mármol y conmigo, hicieron posible este “milagro”.